Desde que nací vivo en el partido de San Martín, mas precisamente en la villa La Rana con mi hermana y mi padre quien después de la muerte de mi madre víctima de la guerra interminable entre Gendarmeria Nacional y los narcotraficantes se olvidó casi por completo de sus hijos, lo que provocó un vacío de proporciones inimaginables en mi hermana y por sobre todo en mí. A partir de ese olvido y de ese desinterés por parte de mi padre hacia sus hijos yo me alejé de casa, iba todos los días al baldío con mis amigos quienes yo consideraba hermanos a drogarnos y emborracharnos. Así pase gran parte de mi adolescencia.
Un día vino un hombre con una idea que, según él, nos iba a gustar a todos, sentí un escalofrío recorriendo mi espalda, creí fue una sensación de advertencia pero no le dí importancia. La idea consistía en asaltar un camión lleno de electrodomésticos. Reímos todos ya que no creíamos lo que escuchábamos, pero el hombre sacó de su campera 3 armas calibre 38 que me entregó a mí y a dos amigos; así fue que comenzó nuestra vida de piratas del asfalto.
Es moneda común en barrios como éste que adolescentes como yo comiencen a robar ya que el dinero escasea y la adicción es mas fuerte que el deseo de vivir. Pero aún así teniendo plata fácil, drogas, alcohol y mujeres yo intuía, sentía ese vacío que hasta ese momento no había podido llenar.
Un día cometiendo un hecho fuimos emboscados por la policía, recibimos disparos que rápidamente contestamos. Nos dispusimos a correr hasta llegar al barrio, pero dos patrulleros nos seguían, nos separamos y cada uno se fue por un pasillo distinto. Yo me perdí, era de noche y no reconocía el pasillo, preso del miedo seguí corriendo hasta que me topé con aquel hombre que me había iniciado en el camino de la delincuencia y me dijo - Salí de acá, este no es tu camino. Y me entregó una caja, que además de droga tenía algo envuelto en una tela, no era difícil de distinguir, era un libro, pero ¿cuál?
Llegué a mi casa luego de caminar por calles y pasillos intrincados, me dí cuenta que me había perdido en un recodo desconocido de mi barrio. La intriga me dominaba a estas alturas, quería saber el contenido de aquel libro, lo desenvolví y pude leer claramente lo que decía: Kebra Nagast la biblia secreta del rastafari. Abrí en una página al azar, como hojeando una revista, la primer frase que leí decía así: "Se libre y proponte encontrar el camino..." lo que me llenó por un instante ese vacío que tanto había querido llenar. Me produjo la necesidad imperiosa de continuar leyendo, como si esas palabras, como si ese libro fueran enviados por una deidad, o una divinidad.
A partir de ese día leía diariamente un pasaje de ese libro tan sorprendente y familiar a la vez, también sentí la necesidad de compartir mi hallazgo con mi hermana ya que el libro hablaba de fomentar las relaciones con la familia mas cercana.
Mis amigos me venían a buscar, pero yo estaba inmerso en las enseñanzas milenarias reunidas en un solo libro, comencé a darle la espalda a mi antigua vida de delincuente y comencé primero a meditar diariamente y a rezar.
Luego de avanzar con la lectura caí en la cuenta de que necesitaba algo mas, me dí cuenta que necesitaba compartir mi aprendizaje, así fue que con mi hermana juntamos fondos para instalar un comedor infantil, con biblioteca, espacio para rezar (sin distinción de religión) y espacio para meditar; por supuesto instalamos una cancha de fútbol. Todo esto quedo en manos de mi hermana quien con su novio llevan las riendas del comedor y continúan su labor social.
Yo por mí parte aprendí que vivir en la naturaleza es mucho mas placentero; conocí una comunidad en la provincia de Cordoba en la que me instalé y me encuentro escribiendo parte de mi historia. Espero que limpiando mi cuerpo, espíritu y mente algún día encuentre mi redención.
Fin.
Juan Ángel Ramat