Hospital clandestino
“Necesito una
mano” ordena el doctor. “¿Derecha o izquierda?” le pregunta su ayudante.
Con el tiempo.
El día se pasó volando. Cada vez volaba más y más rápido,
sin dirección alguna. Edificios derrumbados, aviones destruidos, gente
frenética. Nadie podía detenerlo. El día no sabía cómo aterrizar.
Aviso a sepultureros
Como nueva norma del establecimiento, todos están obligados
a revisar los ataúdes antes de enterrarlos. No queremos que se repita lo de la
semana pasada, ¿verdad?
Recubren puertas y ventanas con madera, metal, muebles. Esconden
a niños, mujeres y ancianos en las habitaciones más seguras. Los pocos hombres
que quedan se preparan, y esperan. Por
un pequeño agujero, ven a una silueta aparecer en el horizonte, escopeta en
mano. Un sobreviviente susurra a otro, “Viene la noche”.
Camino a la prisión.
“Allá, bruma.” Cobardes descienden encadenados, frustración grupal.
Horrenda isla, jinete laureado marcha nervioso, obligado. Pecadores quieren
regocijarse, sorprende tsunami ubicuo, violento. Walter, xenófobo, yace zambullido.
Eso.
La Luna ha desaparecido. En el día hay un punto negro
sobre el cielo, la noche es plena oscuridad. Astrónomos y científicos, inquietos,
se niegan a revelar a la población la causa de este inesperado hecho. No pueden anunciar que la
Luna sigue allí.
Ancladas.
Trabajan acalambradas hasta la mañana. Aflaman las aljabas,
marchan a la andanada.
Llamada sobre un asesinato.
Me queda poco tiempo y necesito que alguien sepa lo que ocurrió
en esta casa. No fue un asesinato, repito NO fue un asesinato. En la comida había
algo, no sé cómo llego, pero todos lo comimos. De un momento a otro, todos
cayeron en el piso, gritando de dolor, diciendo que algo había en su estómago.
Agarré un cuchillo e intenté sacarlo de cada uno, pero ya era tarde. No fue un
asesinato.
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