lunes, 7 de julio de 2014

Reprimida

Querida amiga, te escribo esta carta para que sepas la angustia tan grande que estoy sintiendo. Tanto dolor es el que llevo en mi cuerpo que es posible que ya no vuelva a hablarte o verte. Quizás esta sea la última carta que te escribo. En fin, te contaré lo que he estado viviendo:
Todo comenzó cuando vi “Propuestas de Julio”, la más fantástica película que te puedas imaginar. Ana García, la actriz que se convirtió en mi modelo a seguir, es la protagonista. Cuando la vi, se me puso la piel de gallina, me emocioné muchísimo. La vi una y otra vez para poder comprender cuál era la causa por la cual me sucedía esto. No lograba descifrar cuál era la clase de euforia que sentía en las venas. Lo más raro era que cada vez que volvía a verla, volvía a sentir lo mismo. Eso que me pasaba era distinto a cualquier sensación que antes pudiera haber tenido. Luego de 4 meses de quedarme encerrada en mi cuarto pensando en esto, y por esa razón la tardanza de esta carta, pude entender.
Comenzó en un almuerzo familiar cuando de repente se presentó la palabra “vocación”, que nunca antes había escuchado. Fue entonces cuando le pregunté a mi madre qué significaba. Me dijo: “Es algo a lo que te quieres dedicar en tu vida. Algo que no puedes rechazar, simplemente te llama, te busca y te atrapa”. En ese momento fue cuando entendí que lo que me pasaba con Ana García y su película era que yo deseaba ser ella, deseaba ser actriz. Pasaron dos semanas y no conseguía sacarme esta idea de mi cabeza. Le pregunté a mi madre por su vocación, a lo que luego de una carcajada me respondió con un “¡Ay mi niña, pero qué tonta eres! Las mujeres no tenemos vocación, las mujeres nacimos para cuidar de nuestro hogar y nuestra familia, para criar a nuestros hijos y cuidar a nuestros padres cuando envejecen. Esa es nuestra función". Me quedé pensando mucho tiempo en lo que me había dicho. ¿Cómo era posible que yo, siendo mujer, tuviera una vocación?
Un día me presenté ante mi madre y le dije:
-¿Y Ana García?
-¿Qué pasa con Ana García? Es una mujer, ¿cierto?
Mi madre río.
- ¡Pues claro que es mujer!
-Bueno madre, tú me has dicho que para tener una vocación hay que ser hombre, y Ana García es una mujer y su vocación es ser actriz, ¿cómo es posible?
-Marta, existen personas como Ana García, rebeldes y con algún tipo de locura, que se piensan que pueden hacer lo que quieran con sus vidas. Pero no es así como debe ser. Cada uno de nosotros nace con una función en la vida que le esta predestinada según seas hombre o mujer.
-¿Y si quiero ser actriz?
-Eso es imposible. Déjate de tonterías: ya te he dicho que las mujeres nacimos para ocuparnos de nuestro hogar, y vaya tarea que es esa si quieres hacerla bien.
-Madre, te estoy diciendo que quiero ser actriz, no ocuparme de las tareas hogareñas. Y tampoco sé si quiero casarme y tener hijos.
Eso pareció enceguecerla. Se paró y me dio la cachetada más fuerte que te puedas imaginar. Me dijo que era una insolente, que si seguía diciendo esos disparates iba a considerar que no era más su hija y que se avergonzaba de mí. 
Encerrada en mi cuarto, te diré que casi confinada, tanto era el enojo de mi madre, me pregunté una y otra vez qué había hecho yo para merecer esto. Siempre he sido buena persona, buena hija, he  asistido a la iglesia puntualmente. Fue entonces cuando comencé a preguntarme:: ¿Por qué tuve que nacer siendo mujer?
Unos días más tarde, estaba viajando en el tranvía con mi hermano Jorge, cuando él empezó a hablarme de su trabajo, de lo mucho que le gustaba. Me sentí tan envidiosa de él, que por solo tener el pelo corto y peinarse con gomina o tener barba pudiese hacer lo que le venga en gana, entrar y salir sin pedir permiso, conocer diferentes muchachas...Puede ser feliz, y yo no, yo he nacido para sufrir porque he nacido mujer.
Los últimos dos meses he llorado a escondidas sin parar. Me di cuenta que vivir así no era vivir. Que prefería morir. Por lo que después de mucho meditarlo, decidí abandonar a mi familia y huir de mi casa.
Eso hice una tarde en que mi madre visitaba a sus primas. Tomé un bolso que mi madre había comprado para Navidad  y puse todo lo que pudiera llegar a hacerme falta..Salí de mi casa medio a escondidas porque mi padre estaba en el estudio en el que hay una ventana que da a la calle. 

A las cuatro horas de haberme ido de mi casa, me detuvieron dos hombres muy altos y con espalda muy grande quienes me dijeron que mis padres me estaban buscando desesperadamente. Al escuchar esto, me sentí medio mal, pero recordé por qué había huido de mi casa y quise escaparme, pero me agarraron y ahora estoy aquí, en el baúl de un coche escribiéndote esta carta. Sé que moriré porque escuché a los dos hombres hablando acerca de matarme. No tengo miedo, no quiero vivir más, por lo menos no así, pero espero que después de esta carta recibas otra…

Marta, que te quiere mucho.


MILENA BONIFACINI

La guerra

      Recuerdo esa mañana de Abril, me desperté como todas las mañanas de ese entonces para ir al colegio. Una vez que llegamos con mis hermanos, cuando formamos todos para izar la bandera, la directora nos informa que era un día muy especial. ¡Habíamos vuelto a recuperar nuestras islas! Lo decía con una alegría que nos contagiaba a todos. Todo era festejos y emocion. Parecía el mismo clima que teníamos cuando ganamos el mundial del ’78. En mi colegio había dos patios y en honor a las Malvinas se las nombró a una “Gran Malvina” y a la otra “Soledad”. 
    Finalmente fue todo una ilusión, el desengaño de sentirnos decepcionados y que esto había sido todo en vano. 
    Tenía 8 hermanos y yo era él del medio con 13 años de edad. Cuando empieza la guerra, Raul Ortiz, mi hermano mayor de 19 años. Fue llamado para reincorporarse nuevamente al servicio militar para ir a la guerra. 
    Sabíamos que debía presentarse al servicio donde el realizo la colimba el año anterior, en este caso en Mercedes, Corrientes. Cuando supimos su fecha de partida, familiares y amigos fuimos a despedirlo. Entre angustia y lágrimas, veíamos partir la camioneta con los 4 soldados de mi pueblo. Pasaron 30 días del inicio de la guerra, y durante ese periodo nos comunicábamos cada tanto con cartas que iban y venían. Hasta que dejamos de tener respuestas. Llegamos a la conclusión de que ya fue su fin. Mi madre entristecida con solo el hecho de que su hijo vaya a la guerra, entró en un estado de depresión que nadie lo podía controlar, así fue como entonces la llevo a su muerte. Todo iba de mal en peor. 
       No podía quedarme con los brazos cruzados y por eso fui a la casa de la familia de Juan, uno de los 4 soldados del pueblo, para ver si ellos seguían comunicándose con él. Al saber que era así, no perdi la oportunidad de escribirle una carta preguntándole sobre mi hermano. Una semana después, obtuve su respuesta. “…El grupo de Raúl, integrado por 6 personas, estaban a cargo del armamento pesado, operaban una ametralladora antiaérea. Después de un largo combate que duro toda la noche, a la madrugada ya no se supo más de ellos”.                   Pasaron los días, donde nos llenábamos de ilusiones con los relatos que escuchábamos por la radio de los combates aéreos de pilotos argentinos que derribaban aviones enemigas. Asi eran generalmente las noticias, todas “positivas”. 
       Finalmente, el 13 de junio las Fuerzas Británicas penetran las defensas argentinas terminando la guerra el 14. Unos 20 dias despues aproximadamente, llega el tren con los soldados sobrevivientes, todos fuimos a la estación con esperanza de reencontrarnos con a mi hermano de nuevo. No me esperaba semejante situación al ver bajar a los combatientes en distintas situaciones físicas como faltarle un brazo o una pierna. Mi mirada se perdia entre tanta gente que había. A lo lejos vi bajar a Juan y detrás de él, a Raul. Fue un momento de alegría inmensa. Pero lo mas triste era ver a esas familias desesperadas al no encontrar a su ser querido. 
        Raúl no podía creer que él haya vuelto y nuestra madre se haya ido. Nos contó en una oportunidad que él y su grupo fue capturado como prisionero después de una larga noche de combate, la cual perdió a su mejor amigo. Lo tenían en un barco ingles que era un hospital donde se encontraban tanto prisioneros como soldados enemigos heridos y una vez terminada la guerra los liberaron en perfecta condiciones y salud. 
       Con mis hermanos y mi padre pasamos por momentos muy tristes al ver la secuela que le quedo de aquella guerra como despertarse con pesadillas o alucinaciones de volver a vivir los combates, le llevo tiempo recuperarse con tratamientos psicológicos. 
      Una frase que siempre recuerdo que decía fue “Esos chicos dieron lo más sublime que alguien puede dar: su vida”

Melody Ortiz

domingo, 6 de julio de 2014

Invierno del '76

Se sentó frente al escritorio y tanteó uno de los estantes en busca de sus anteojos, que después de un rato notó que estaban colgados de su cuello. “Las peripecias de la edad” pensó, esbozando una sonrisa. No sabía cómo ni por dónde empezar a escribir. La había cansado bastante el trabajo de ese día en la organización. Pensó en el pasado, dejó entrar los recuerdos. Agarró una pluma que tenía a un costado y comenzó.

“Me acuerdo que mi hija quería quedar embarazada desde hacía un tiempo, un año aproximadamente. Los últimos meses había dejado de intentarlo, la situación en la que se hundía el país ocupaba toda su atención. Les gustaba llamarlo proceso de reorganización nacional. Me daba gracia de una forma irónica que los militares autodenominaran su gobierno de facto así. ¿Tan caraduras podían ser? Sí, sin duda. Volviendo a mi hija, un día de ese julio helado de 1976 me contó que iba a ser mamá.”

Se pasó la mano por la cara frotándose los ojos. Con estos recuerdos, el poco sueño que tenía se le había ido. Le era difícil revivir todo eso, le parecía que ya no era la misma persona de esa época, se sentía alguien totalmente diferente.

“Pero con la buenas noticias también llegaban las malas: mi hija se iba del país. Exilio. Me pareció algo tan fuerte de escuchar que tuve que sentarme. Mi hija y Juan, su pareja, militaban en la JP desde que habían terminado el secundario. Yo sabía que era muy peligroso, pero nunca llegue a pensar en la posibilidad de que tuvieran que irse. Estaba en shock. También estaba en negación. En ese momento tuve un pensamiento bastante egoísta, sólo pensaba en que me iba a quedar sola en Buenos Aires. Sin nadie. Sin hija y sin nieto. Sin familia. Se los dije y la respuesta fue chocante: “mejor quedarse sin hija y sin nieto porque están afuera del país que porque están muertos”. Me hablaron de los asesinatos, los secuestros, las desapariciones y hasta de la expropiación de bebés. Todo era nuevo para mí. Sabía que estaban pasando cosas mala, graves, pero nunca de esa magnitud. Al final tuve que desistir. Mientras ellos estuvieran bien yo estaría bien.”

Se levantó y se preparó un té. Le dolía la cabeza. Con el té en mano y tomando un sorbo, prosiguió.

“El destino era México. Primero habían pensado en Europa porque muchos países de Latinoamérica estaba viviendo una oleada de golpes militares. Ellos decían que no era una casualidad, y ahora sabemos bien que tenían razón. Terminaron decidiéndose por México gracias a que la distancia era menor. Esto me terminó por convencer, les dije que capaz podían venir a visitarme alguna vez. Sabía que no iba a pasar, y mi hija me lo aclaró, pero me consoló diciéndome que íbamos a hablar todos los días por teléfono.”

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Siempre que hablaba de su hija le pasaba lo mismo.

“Habíamos quedado en que yo los llevaba al aeropuerto. Cuando llegué la puerta de la casa estaba abierta. Adentro estaba todo desordenado, la casa patas para arriba. Llamé a mi hija, a Juan, pero la casa estaba vacía. Los busqué durante meses. No importaron mis gritos, mis súplicas, ni mis llantos, nadie me daba una respuesta. Yo los buscaba por todos lados. Una vez un jefe de policía me dijo “Señora, si no quiere que le pase lo mismo que a su hija, deje de buscar”. No podía darme por vencida, tenía que seguir por mi hija y por mi nieto. Sigo buscándolos hasta el día de hoy. Sólo yo sé cuánto sufrí. Yo y esas otras  abuelas que tengo la suerte de tener a mi lado hoy. Con ellas encabezamos la lucha. Que no quepa duda, nosotras vamos a encontrar a nuestros nietos. Y vamos a devolverles la identidad que les fue arrebatada.”

Firmó a un costado de la hoja y puso el sello de las Abuelas de Plaza de Mayo.

Abril Rodríguez Bompas

Faraón querido

Estoy contando esto porque no tengo idea de lo que me sucede, me siento muy enfermo, tan enfermo que en este estado me es casi imposible dictar a mi escriba lo que tiene que plasmar en el papiro. Fui un faraón estupendo, según mis consejeros. Me dicen que los súbditos me tienen mucho aprecio, tanto que construyeron la pirámide más grande de todo Egipto como muestra de la devoción que me tienen. Tardaron 2 años en levantarla, trabajando día y noche sin descanso.
 A pesar de mi reinado deslumbrante esta vida no me ha favorecido, ya que por causas que no llego a comprender, estoy acostado con mucho dolor. Espero que en mis otras vidas mi existencia sea más grata.
La vida de un faraón es más complicada de lo que parece. Paso mucho tiempo para que me maquillen y para estar bien elegante, mis extravagantes ropas y alhajas de oro pesan demasiado. Me es muy difícil vivir así aunque por elección divina es lo que tengo que hacer. Acepto con felicidad las muchas ofrendas que me dan con alegría mis súbditos queridos y los escucho desde mi trono, mi lugar de descanso. Oigo gritos de lamentos y llantos por mi inminente muerte aunque las voces se van haciendo cada vez más lejanas para mí. Mis consejeros dicen que son lamentos porque el faraón más grandioso de esta dinastía está sufriendo.
Todos los días al despertarme mi rutina era siempre igual me maquillaba y salía a cazar con mi hijo, que era mi más grande diversión y pasatiempo, después de mi grato día iba a mi palacio y me esperaba un festín digno de Ra que compartía con mi esposa e hijo.
 Un día normal como cualquier otro me desperté cansado y con dolores de cabeza, pensé que no era nada y no le di importancia porque esa noche no había podido dormir bien, así que me levanté. Cuando lo hice sentí mi cuerpo pesado, como si fuera de plomo, nunca me había dolido tanto la cabeza, y el dolor aumentaba mientras me levantaba. Hice llamar a mis maquilladores para que hagan lo suyo y partí del palacio. Cuando estaba cazando no me podía concentrar, era una sensación que nunca había experimentado, como no estaba apto para cazar me volví. Como de costumbre me esperaba un banquete pero no tenia apetito asique, aunque era temprano, fui directo a mi cuarto para acostarme en mi recamara e intentar dormir.
 El dolor de cabeza que tenía era insoportable. Al día siguiente los síntomas empeoraron, preocupado por esto hice llamar a los médicos uabu-sekhmet. Ellos al no encontrar una causa me dijeron que probablemente un dios se había enojado conmigo y me había hecho una maldición, que solo se rompería si le daba tributos a Sejmet, la diosa de la curación. Quede atónito, no lo podía creer porque no había hecho nada malo como faraón, entonces mandé a llamar a médicos de regiones cercanas. Cada uno me dio una opinión diferente pero nadie me pudo dar una respuesta y mucho menos una cura. Mi situación empeoró, cada vez podía ocuparme menos del reino y esto me molestaba, otra cosa que tuve que dejar de hacer fue cazar y asistir a banquetes.
Mi rutina ahora habia cambiado ,consistía en que todas las mañanas llegaran mis asistentes a maquillarme y prepararme para las visitas que recibiría durante el día. En este último tiempo recibí muchas visitas de familiares, sacerdotes y más médicos, que no se daban por vencidos e intentaban buscar la causa de mi enfermedad. Los días se hacían cada vez más largos y aburridos, ya que al no poder dormir durante la noche por los síntomas que tenía, me quedaba despierto. El ultimo medico que me vio me dijo que estaba al borde de la muerte, que ya no tenía esperanza de vida .Así que decidí empezar a disfrutar los últimos días que me quedaban a pesar de mi estado. Aproveché todas las mañanas siguientes para trasmitirle los conocimientos legendarios que me había pasado mi padre en el pasado a mi hijo, pero mi enfermedad avanzaba cada vez más rápido y poco a poco mi vida se escapaba de mí. También decidí llamar a mi escriba para dejar esta historia por escrito.
 Cuando ya sentía que no tenía más fuerzas para vivir decidí leer la historia que le había pedido que escriba. Mientras la leía me llevé una gran sorpresa, vinieron mis asistentes con el último médico. Él había venido de un pueblo muy lejano y decía conocer la causa de mi enfermedad. Me revisó, de a momentos perdía el conocimiento, lo que indicaba que estaba en mis últimos momentos de vida. Por fin, luego de esperar unos largos veinte minutos, el médico dijo que lo que tenía era un simple envenenamiento provocado por el maquillaje que usaba. Este tenía grandes cantidades de plomo, por lo que no debían ser usados en exceso. En ese momento nadie dijo una sola palabra. Con la mirada del médico entendimos que no quedaba nada que hacer… ya estaba muerto.

Mario Di Cola

sábado, 5 de julio de 2014

Un milagro en mi infancia

 Lo primero que recuerdo de aquella mañana de domingo fue mi madre golpeando la puerta de mi habitación y yo, despertándome con aquel golpe abrupto.
 Vivíamos cómodamente en una pequeña casa en un pueblo llamado Uberlinguen. Allí se encontraba lo justo y necesario para vivir, quiero decir que no era una gran ciudad con grandes casas ni largos centros comerciales. Nuestro pueblo era más bien pacífico, teníamos un precioso río a unas cuadras de nuestra casa. El centro tenía pequeñas tiendas y en todas, había una bandera roja con un círculo blanco y dentro una cruz negra cuyos lados estaban doblados. Claro que yo no entendía que significaban aunque mi padre me explicó: ‘’ estas banderas representan a nuestro gobierno, gente que se supone que pretende hacerle algún bien al país aunque, entre nosotros, no creo que vaya a ser así más bien lo contrario’’.
 Aquel domingo tomábamos el desayuno mientras oíamos la radio que relataba las noticias más recientes. Advertimos un ruido en la casa de al lado, que estaba deshabitada hacía ya muchos años. Mi hermano mayor se asomó por la ventana y observó una familia numerosa: llevaban prendas de colores muy llamativas, como las faldas de las mujeres adultas. Mis padres se dirigieron una mirada de preocupación aunque yo estaba feliz por tener nuevos vecinos.
  A medida que pasaban los días la numerosa familia hacía cosas que nadie en el pueblo usualmente realizaba, como bailar flamenco, acompañados de movimientos bruscos y complicadas melodías en la guitarra.
 Llegó el verano y todos los días se presentaban despejados y calurosos. Aprovechaba aquella época del año para pasar mi tiempo libre jugando con mis muñecas en el jardín. En una ocasión acompañé a mi madre a tender la ropa, cuando salió de la casa de al lado el padre de la familia sosteniendo una caja. Mi madre miraba esa escena totalmente horrorizada como si estuviera presenciando la muerte de alguien. El vecino enterró la caja en un rincón del patio y luego entró a su casa. Mi madre me sujetó de la muñeca y me arrastró al interior de nuestro hogar y me aclaró: ‘’ Los nuevos vecinos son gitanos, tienen costumbres distintas a las nuestras. No quiero que le cuentes a nadie que vimos que han enterrado libros en su jardín, sí?’’.
  Libros. Nunca fui a la escuela y lo poco que sabía es gracias a mis padres, quienes sólo sabían leer y escribir. Tienen algunos libros en casa, como uno grande con recetas y otros clásicos infantiles. Tomé la rutina de agarrar algún libro de la biblioteca y hojearlo en el jardín delantero. Realmente disfrutaba de ver aquellos dibujos y letras, era como tener en mis manos algo que no debía tener. En una de esas tardes, uno de los cuantos muchachos de la casa contigua a la nuestra, se acercó y me preguntó si sabía leer y claro que le contesté que nunca había aprendido. Entonces se paró y se fue. A los cinco minutos regresó con un lápiz y un pequeño cuaderno y comenzó a explicarme. Podría haber estado toda la tarde aprendiendo pero lamentablemente había que comer y descansar. Cuando le conté a mi madre la habilidad que estaban enseñándome, su cara cambió de color radicalmente, hasta estar totalmente colorada de ira. Pareció haber pasado un siglo mientras escuchaba todos sus sermones y explicaciones acerca de por qué no debía juntarme con aquella gente. A la llegada de la noche mi padre regresó a casa y la tranquilizó. Al día siguiente ambos me explicaron que si realmente quería aprender a leer y escribir tendría que tener mucho cuidado con aquella familia, no porque fueran mala gente, sino porque ellos corrían peligro.
  Pasaron los meses y yo aprendía a leer libros cada vez más largos (llegué a terminar todos los que encontré en mi casa). Leía todos los días, y seguía sin entender por qué había tantas de estas maravillas prohibidas. Por otro lado, el pueblo estaba cada vez más triste: las tiendas tenía pocos productos, la gente rara vez salía a caminar, los gitanos dejaron de usar sus brillantes prendas y mi hermano comenzó el servicio militar obligatorio. Y por supuesto, no debían faltar esas feas banderas rojas en todas las casas.
 Una tarde estaba sentada en la plaza central esperando el acontecimiento tan esperado por el resto del pueblo: el desfile del Ejército alemán. Estaba custodiado absolutamente todo el pueblo, mi familia y yo permanecimos en aquella plaza casi todo el día. Luego del desfile regresamos a asa. Antes de entrar, observamos la casa de los gitanos y su puerta abierta. Todas sus pertenencias estaban tiradas por el piso, destrozadas. Corrí hacia el patio, y para mi sorpresa descubrí que no habían encontrado la caja. Saqué los libros lo más rápido que pude y comencé a llorar, aferrando los libros con todas mis fuerzas.
 Sólo existen dos cosas de las que estoy totalmente segura: mi arrepentimiento de no haberle agradecido  a aquel chico por haberme enseñado el paraíso en unas cuantas páginas y que nunca más volví a verlos.

Belén Campos
Un amor sobre cualquier circunstancia


Tarde gris y oscura. Manuela regresaba a su casa pensando en el video que pasaron en el acto de la escuela.
Se sentía muy conmovida e impactada.
Al llegar a su casa, encontró a su abuela Chicha. Una señora de unos 60 años, de cabello del mismo color de nieve, petisa, usaba anteojos grandes como los ojos de gato. Era muy alegre y divertida.
Mientras tomaban la merienda, le contó la tristeza que le había provocado ver aquel video, donde mostraban imágenes tan crueles de una parte de la historia no tan lejana.
Chicha acariciándole la cabeza mientras la miraba con gran ternura, empezó a contarle una historia.
Rosalinda era una joven estudiante de ingeniería; llenaba de ilusiones y sueños por cumplir.
Tenía un cabello muy largo y de color rubio, ojos claros, con rasgos muy finos y siempre estaba vestida a la moda, con mini falda, camisas, botas hasta la rodilla y algunas veces usaba camisolas.
 Iba a  las reuniones del centro de estudiantes las cual le permitían hacer una de las tareas que a ella más le gustaba, que era ayudar a las gente, especialmente a los obreros, en el barrio con los chicos del merendero.  
Todo el tiempo libre que le dejaba la facultad lo utilizaba para participar de todas esas actividades que compartía con su gran amiga María; una joven estudiante de artes, morocha, petista y llena de ilusiones al igual que su amiga. Ellas estaban mucho tiempo juntas, ya que iban a peñas, al cine, a comprar ropa y siempre se contaban todo.
Un día en que las ideas iban y venían en una reunión donde planteaban como seguir con la ayuda a los chicos del barrio, mientras Rosalinda planteaba la idea que tenía, un muchacho la interrumpió.
 Era alto, muy buen mozo, que estaba vestido con un jean pata de elefante y una camisa con flores, con ojos color miel, con el pelo  largo  de color marrón claro y  barba
Era Juan; un obrero de una empresa automotriz y un muy buen muchacho.
Quiso agregar algo a la idea que Rosalinda había planteado aunque en realidad lo que quería era que ella se fijara en él.
 Cuando terminó, se quedo un rato mirándola fijamente, sin parpadear. Admiraba lo bella que era, la pasión y la energía que le ponía al defender sus ideas
María que estaba muy atenta se lo dijo a Rosalinda.
 Al principio se hizo la interesante  pero  cuando termino la reunión y Juan se acerco a ella se pusieron a conversar.
Esa conversación siguió, ya que Juan le pregunto a Rosalinda si la podía acompañar hasta la casa ya que estaba oscuro y en ese tiempo era complicado andar por la calle.
Al llegar se quedaron sentados en el borde de la calle entre dos autos, charlando sin tiempos, de sus cosas y sus proyectos.
Era tal el entusiasmo con el hablaron que no se dieron cuenta que se había hecho de día.
Juan la iba a buscar a la facultad, otras veces ella lo buscaba a la salida de la fábrica y se iban al parque a tomar mate con bizcochitos
 Compartían el trabajo con los chicos del barrio y las reuniones con sus compañeros y trataban siempre de estar al servicio de los demás.
Les encantaba ir a bailar
Se protegían mutuamente y se daban fuerzas, cuando se enteraban de las noticias negras sobre sus amigos y compañeros, los cuales caían en mano de los “monstruos de verde”.
 Ya que sabían que era muy complicado volver a verlos
Ellos se sentían fuertes al estar juntos, sabían que se iban a proteger y que iban a cuidar ese gran amor que se tenían
A los 3 meses de estar de novios, Juan le propuso  irse a vivir con ella.
Este acto de amor dejo mucho mas enamorada de lo que estaba a Rosalinda, ya que sabía que a su lado tenía un hombre fuerte, inteligente, muy buena persona y que la iba a cuidar frente a cualquier circunstancia.
Una tarde cuando llegaban a la puerta de su casa, vieron pasar a máxima velocidad dos vehículos amenazantes, esos que llevaban a los monstruos verdes sembrando miedo a su paso, y que pararon en la esquina.
Al tiempo que bajaron aquellos  demonios, gritando y pateando lo que estaba en la calle.
Ellos sabían muy bien que aquellos hombres venían a hacer, eran aquellos que se llevaban las personas y que andaban haciendo desastres por todos lados, pero nunca los habían tenido tan cerca.
Al verlos, con mucho miedo y temblando se metieron en la casa.
Juan le dijo a Rosalinda que se iban a tener que cuidar mucho.
A pesar de todo y con una gran angustia en su pecho, siguieron adelante con sus vidas.
Los días cada vez se iban haciendo más oscuros y la alegría de la gente se había escondido en un rincón pero ellos seguían juntos compartiendo su propia alegría, ya que se sentían fuertes e invencibles y querían disfrutar su amor a pleno, sin importar lo que pasase.
Una noche oscura y muy lluviosa, se despertaron sobre saltados por fuertes ruidos de cosas que se rompían y gritos amenazantes.
Era tal el miedo que los invadía, que ninguno de los dos se animaba a salir del cuarto para ver que sucedía.
Luego de unos minutos un “monstruo” vestido de verde, entro en su cuarto y arrancan a Juan de su cama y se lo llevaron
Fue tal la furia y el apuro con que lo hicieron, que ni zapatillas lo dejaron ponerse. 
En aquel momento de tanto terror y dolor, lo único que sabía Rosalinda que debía hacer era salir corriendo y escapar, ya que un tiempo antes Juan se lo había dicho.
Agarro lo primero que tenía a mano y se fue corriendo.
Corrió y corrió, hasta que logro subirse a un micro y llegar a lo de María
Pasaron unos días en los que no salió de la casa de su amiga
María fue a hasta su casa, la encontró destruida  y sin señales de Juan
 Rosalinda pudo ponerse en contacto con su familia y decirles donde estaba y contarle aquella noche del horror.
Cada día que pasaba ella intentaba saber sobre su amado y no podía obtener ninguna noticia.
Luego de dos meses, le llegaron dos noticias al mismo tiempo que la conmovieron  y sabía que sus lágrimas eran de felicidad.
Su amado, luego de estar en cautiverio, pudo escaparse e iba en busca de su amor. La otra gran noticia era que estaba embarazada de 3 meses.
Al volver a encontrarse, se pusieron a llorar y decidieron volver a empezar una nueva vida, lejos de aquel lugar que le había dado algunas felicidades, pero mucho horror.
Muchos años después, cuando su hijo tenía 9 años, decidieron volver a su país. Ya que lo extrañaban demasiado y querían que el niño conozca el lugar donde nació su amor.
Al terminar el relato Chicha tenía los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada, porque era la primera vez que había contado su historia. Su cara se ilumino cuando su nieta dijo: Hola abuelo!!!


Mailen Amor 

viernes, 4 de julio de 2014

Deseo de libertad

A Kala le gustaba salir a caminar junto a su hermana pequeña en las noches estrelladas, cuando el cielo estaba completamente despejado y la luna iluminaba las calles por las que paseaban. Las dos disfrutaban mucho de estas salidas nocturnas ya que era el único momento del día en el que podían descansar. Sus jornadas laborales eran muy largas y pocas veces sus dueños les daban el permiso para salir un tiempo determinado, así que intentaban aprovechar al máximo esa poca libertad que les concedían de vez en cuando. Aunque en realidad, el término ''libertad'' nunca había estado totalmente presente en sus vidas. Kala y su hermana Julieta, dos mujeres de piel negra, habían sido cazadas en sus propias tierras y transportadas durante muchos años a diferentes lugares en grandes barcos viviendo en terribles condiciones, alejándolas de sus tierras originarias. Fueron vendidas y compradas como objetos por hombres blancos en Argentina.
 Durante el día, trabajaban en una lujosa casa de una familia muy adinerada, ubicada en el centro de la ciudad de Buenos Aires, que las habían comprado en uno de sus viajes para que realizaran las labores domésticas. Por suerte para ellas, al obedecer las órdenes de sus dueños sin ninguna queja, eran tratadas con mucho respeto. Aún así, a pesar del buen trato que llevaba con esa familia, Kala tenía una sensación de resentimiento hacia aquellas personas que la habían separado de su familia y arruinado su vida para siempre. Siempre había pensado en la posibilidad de escaparse, pero era muy peligroso y las consecuencias que tendría que pagar si la llegaran a atrapar serían terribles.
En una de esas noches en las que salía a relajarse de todo el trabajo del día, Kala decidió recostarse sobre el húmedo pasto mojado por el rocío y, sin darse cuenta, unos minutos después se había quedado dormida. En su corto sueño, estaba junto a su familia en una gran casa con ventanas inmensas por las que ingresaba la luz del sol brillante durante todo el día. Sus hermanos corrían felices por los campos, sin el peligro de poder ser atrapados por algún hombre blanco que los quisiera cazar y sin ser privados de la libertad que tanto deseaban.
 El tiempo pasaba y Kala no regresaba a la casa. Los dueños preocupados por su larga ausencia, fueron hasta la pequeña habitación que ella compartía con Julieta y le preguntaron si sabía dónde se encontraba su hermana, pero no supo responder. Inmediatamente, salieron de la casa y comenzaron a gritar con la esperanza de que Kala apareciera. Unos minutos después, Kala se despertó sobresaltada al oír que sus dueños la estaban llamando y volvió corriendo lo más rápido posible. Al encontrarse cara a cara con su amo, intentó explicarle lo que le había pasado, pero éste muy enfadado la interrumpió, y sin dudarlo la golpeó fuertemente en la cara y una lágrima de dolor  recorrió el rostro de ella. La poca libertad que había conseguido, la había perdido de un instante a otro.
Fue encerrada bajo llave durante semanas en una habitación situada al fondo del patio de la casa, muy pequeña y oscura, donde el aire estaba lleno de polvo debido a la falta de limpieza y no se podía respirar con facilidad. Lejos de su alcance estaba la posibilidad de escaparse junto a su hermana, como había soñado durante tanto tiempo, y así poder comenzar una mejor vida en otra parte. Al no alimentarse por tantos días, su salud se fue agravando y casi no tenía fuerzas para levantarse. Por una pequeña ventana que había en una de las paredes de la habitación, podía observar como pasaban los días y su hermana debía cargar con todo el trabajo que antes realizaban juntas.
Una nublada mañana, Julieta intentó escapar de sus obligaciones por un rato para poder visitar a su hermana a quien no veía desde que había sido encerrada. Abrió sigilosamente la puerta trasera de la casa que daba directamente al patio, y atravesó un camino de piedras que llegaba hasta esa horrible habitación donde estaba Kala. Al espiar por la cerradura de la puerta, en el interior pudo ver el cuerpo de su hermana que yacía inmóvil en el suelo, inerte. En ese momento una sensación de tristeza y enojo recorrió su cuerpo, lo que la impulsó a correr lo más lejos que pudo, pero para su mala suerte un hombre logró alcanzarla y llevarla de vuelta a la casa antes de que se fuera demasiado lejos.
Julieta sabía que estaba condenada a vivir el resto de los días bajo el poder de aquellas personas que habían acabado con la vida de su hermana, y quizá también con la de su familia. Pero eso no lo sabía ni lo iba a saber nunca. De lo único que estaba segura es que nunca podría conseguir la libertad que ella y Kala habían deseado durante toda su vida.

Sofía Cabanchik.

El Muro

Un techo despedazado le daba la bienvenida a Johann. Él yacía en su cama, recién se despertaba. Por un instante no recordaba quién era ni lo que había vivido. Como una bomba, todos sus recuerdos volvieron a su memoria: el día en que el muro fue anunciado, las carta que recibía de su hermana rogándole que cruzara el muro antes de que fuese completado, las interminables protestas de aquellos que se negaban a aceptar semejante barbaridad. Todo. Por más que deseara regresar al acogedor hogar del lado occidental, no podía abandonar el lugar donde se encontraba ahora. Él era uno de los pocos doctores que decidieron quedarse para atender a las personas que diariamente trataban de escalar la gran pared y recibían heridas por tratar de desafiar a la ley. Abandonarlos ahora era una sentencia de muerte segura.

Cada día, hombres heridos llegaban a su clínica con la esperanza de ser curados sin ser descubiertos por soldados o policías. Johann corría el riesgo de ser acusado como traidor, pero simplemente no podía ignorarlos. Aquellas personas desesperadas por escapar de la hambruna y pobreza intentaban cruzar la imponente muralla durante la noche, pensando que en la oscuridad serían invisibles para los ojos militares. Lo que no podían imaginar eran los obstáculos que se encontraban más allá: torres de vigilancia, campos minados y miles de patrullas. Los más valientes hacían su mejor esfuerzo por llegar al otro lado. Los sobrevivientes, en cambio, retrocedían y volvían a la miseria en la que vivían con tal de no perder su vida. Johann se encargaba de atender a sus heridas, cualquier daño que fuese y sin hacer preguntas. Huesos rotos, extremidades mutiladas, él lo había visto todo. Y aun así, no dudaba ni un solo momento en ayudarlos.
La vida detrás del muro no era fácil. Había poca comida y la ciudad parecía deshabitada. De vez en cuando recibía cartas de su familia, preguntando cómo se encontraba y si había alguna manera de que él pudiera cruzar el muro legalmente. Johann no podía mentirles, pero debía hacerlo para su propia seguridad: no había duda de que todas las cartas eran abiertas y leídas por la policía  antes de ser enviadas. Si él insultaba al gobierno o daba indicios de ideas de rebelión, por más sutil que fuese,  seria encarcelado al instante.

Una noche entraron a su clínica dos hombre, uno bastante joven y otro mayor, de alrededor de unos 40 años. El muchacho rodeaba con un brazo al adulto, tratando de sostenerlo y hacerlo caminar. Al parecer, tenía una gran herida en su brazo izquierdo. Johann hizo que se acostara sobre la camilla más cercana y ordenó a uno de sus escasos ayudantes que trajera sus herramientas quirúrgicas. Examinó la herida con cautela, revisando toda la extremidad. Al terminar con la inspección, Johann levantó su mirada y notó que el acompañante no se había movido de su lugar. Estaba allí, en un rincón de la sala, temblando y observando con pánico al hombre que yacía en la camilla. Johann se acercó a él, y calmadamente le pidió que esperara fuera de la sala. El muchacho caminó lentamente hacia la puerta por la que había ingresado y salió de la sala de operación. Johann entonces comenzó a coser la herida con cuidado. El paciente estaba inconsciente, pero respiraba, demostrando que aún estaba vivo. El dolor y pérdida de sangre debían haber agotado al pobre hombre. La herida parecía haber sido causada por un alambre: era un corte que iba desde su hombro hasta el codo, los bordes eran irregulares, probablemente causados por un alambre puntiagudo. No había duda, los dos hombres habían tratado de cruzar el muro. Sin perder más tiempo, Johann comenzó a coser la herida. Acostumbrado a ver este tipo de lesiones, no le tomo más que 20 minutos. Una vez terminada la operación, salió de la sala para hablar con el joven muchacho que acompañaba al herido. Este se sobresaltó al verlo, y antes de que pudiera decir una sola frase, Johann lo detuvo. “La herida no es grave, pero sigue inconsciente. Mañana por la tarde ya debería estar despierto, aunque será más seguro si salen de la clínica por la noche”. El joven dio un suspiro de alivio al no tener que explicar la complicada situación en la que se encontraba. Entró entonces a la sala donde se encontraba el hombre, y allí se quedó durante toda la noche.

Al día siguiente, Johann encontró a su más reciente paciente despierto, hablando con el joven muchacho.
Los ojos cansados del hombre notaron la presencia del doctor, y este se acercó a él. “Tengo una propuesta para usted. El muro es imposible de escalar, esto lo sabemos por propia experiencia” dijo, dando una breve mirada a su brazo cubierto de gazas. “Pero nos han dicho de un túnel que va desde aquí hacia el otro lado” continuó, con esperanza en su voz. “Queremos que venga con nosotros. No hay futuro en esta parte de Alemania, y necesitaremos a alguien con experiencia en primeros auxilios”. Johann no sabía qué contestarle. No era la primera vez que le ofrecían escapar, pero nunca antes había escuchado la posibilidad de huir utilizando un túnel. Parecía un escape mucho más seguro que tratar lo imposible sobre la muralla. Pensó en la gente que todavía habitaba por la zona, pensó en el futuro y en la familia que lo esperaba del otro lado.  Habían pasado 20 años desde que el muro había sido erguido, y parecía que dividiría Alemania por toda una eternidad. Contempló la idea de quedarse, la idea de cumplir con su deber de doctor, pero el miedo que residía dentro de él ganó. Aceptó la oferta del hombre y comenzó a prepararse para escapar de una vez por todas.

Llegada la noche, Johann salió de la clínica junto a sus acompañantes. La entrada del túnel se encontraba escondida en el sótano de una casa abandonada. Ellos no serían los únicos en fugarse, otras personas tenían planeado huir esa misma noche. Al llegar, entraron hacia el túnel. No había nadie allí, los demás ya estaban avanzando por el túnel. Empezaron a caminar, sin mirar atrás. Caminaron por horas y horas, hasta que en un momento escucharon pasos que se acercaban hacia ellos. Se cruzaron con cuatro personas que corrían hacia la entrada, gritándoles a ellos que volvieran. En ese mismo instante, se oyeron los pasos pesados de lo que parecía ser todo un batallón. Lo peor había pasado, el túnel fue encontrado del otro lado. Toda la esperanza que Johann aun tenía fue destruida en segundos, al mismo tiempo en que un soldado le apuntaba un rifle. Él ya no podría ver a su familia, a su hermana, la otra mitad del mundo que no estaba sumergida en la miseria. Y sobre todo, no podría ver el muro caer, aquel muro que por tantos años atormentó la vida de tantas personas.

Camila Camaño 4to 1ra

La Intriga

                                                    La intriga

Tenía que cocinar, cosa que realmente no disfruto, pero en fin,  una tarde rara que últimamente se estaba dando de igual manera todos los días. Mis padres llegaban del trabajo cada día más tarde y cada día más agotados. Se notaba que algo les preocupaba pero, como la situación no parecía la mejor, optaba por no preguntar.
Esta intriga, cada tarde se hacía más indescifrable. Tal vez no estaban  teniendo una buena situación económica, pero se notaba que nunca habíamos tenido la suerte de ser una familia adinerada.   
  Pasaba el tiempo, sus caras se avejentaban y sus canas empezaban a florecer, su aspecto de vejez era cada vez peor. Esta situación los estaba consumiendo, intente averiguarlo de diferentes maneras, pero nunca logre sacarles siquiera una palabra sobre el tema. Lo único que lograba eran indicaciones de lo que podía y lo que no podía hacer, Me obligaban a quedarme en casa toda la tarde y que no se me ocurriera salir a caminar de noche,  increíblemente lograba hacerles caso. Tampoco tenía mucho para hacer, mis amigos  parecían estar en una situación parecida a la mía, ya que sus padres les prohibían salir a pasear.   
           Esta situación se estaba tornando insoportable, los días pasaban cada vez más lento, por momentos parecía que las agujas del reloj se desplazaban en cámara lenta, no entendía que esperaba, mi vida no tenía sentido, era siempre igual. Hasta esa noche, la recuerdo como si fuese ayer… seis de julio de mil novecientos setenta y cinco…
Se escuchó como se subían al árbol y alumbraban la habitación de mis padres.  Ese falcon, del cual salieron los hombres vestidos de verde, había estado rondando por el barrio hacía mucho tiempo.  Me asome por la ventana para entender un poco más la situación, aunque seguía siendo insólita para mí, que no entendía lo que pasaba. Se escuchaban gritos, estos hombres estaban  totalmente armados. Y parecían no tener miedo de utilizar las armas.
De un momento para otro ellos saltaron hacia la terraza de mi casa y los perdí de vista. Intuía  que estaban ahí arriba, pero saber que estaban haciendo era imposible. Me quede paralizado, totalmente petrificado, mis padres aún no habían llegado y yo estaba solo en casa.
Finalmente paso lo más temido, ellos ya estaban adentro. Sus botas resonaban en el suelo y sus gritos ensordecedores me dejaban inhabilitado para reaccionar. Cuando logre salir de este estado lo primero que vi fue una valija, salte adentro de ella y la cerré como pude.
Estaba muy encogido y escuchaba como esos pasos se acercaban, entraron en mi habitación y se escuchó claramente como tiraban todo bestialmente sin resentimiento alguno. Cuando terminaron de revisar mi cuarto pude volver a respirar, aunque ellos seguían en casa, yo sabía que el mayor peligro había pasado.
Abrí apenas la tapa de la valija para poder observar algo. Lo único que pude ver fue la luz que emanaban sus potentes linternas y todo el desorden que había en mi cuarto. Cuando finalmente descendieron las escaleras, salí de la valija y espié por la ventana para saber cuándo se iban. Pero ese hecho tardo en llegar, antes se escucharon unos fuertes estruendos, instintivamente me agache y vi como las balas atravesaban el piso de parquet de mi habitación y continuaban débiles hasta toparse con el techo.
Cuando este hecho por fin finalizó ellos como si nada subieron a su auto y se fueron derrapando.
            Minutos después de este trágico evento llegaron mis padres, entraron corriendo, y al primer lugar al que se dirigieron fue a mi pieza, me agarraron, me subieron al auto y partimos viaje, ¿A dónde? Realmente no tenía idea, tampoco podía preguntar porque estaba tan traumado que ni siquiera podía hablar. Lo único que pensaba era qué había sido eso, nunca antes había visto nada igual, ni tampoco había oído hablar de nada parecido a ello.
Logre dormir en el auto, cosa que no era muy común porque éste era chico e incómodo. Pero el cansancio era tal que no pude resistirme,  dormí durante un largo rato.
 En primeras instancias cuando me levante no entendía bien lo que había sucedido, pensé que solo había sido un sueño,  pero cuando me despabile un poco pude saber que seguíamos en ese maldito auto.
 Luego de la revitalizante siesta logre salir del shock, pude hablar y le conté a mis padres lo que había sucedido, lo único que hacían era asentir con la cabeza. Increíblemente no se los veía muy sorprendidos, no entendía bien porque pero su reacción me fastidiaba. Como si ellos ya hubieran sabido que eso sucedería, y no podía soportar la idea de que no hubieran hecho nada para impedirlo.
Viajamos durante veinticuatro horas aproximadamente, estas eran interminables, sentía que en vez de faltar menos, cada vez faltaba más para llegar. Todavía seguía sin saber a dónde pero la idea de seguir en ese auto me sacaba de quicio. No sé porque pero empecé a agredirlos no entendí  mi reaccionar. Pero no aguantaba más la intriga. Ellos sabían algo que yo no, eso era evidente.  
Nunca me lo dijeron, pero yo intuía que íbamos a la casa de la abuela que vivía en Jujuy, no la veíamos hacía mucho porque un par de años atras se había peleado con mi padre, luego de este incidente no la vimos más.
 Cuando estábamos llegando pude ratificar a donde nos dirigíamos, estaba en lo cierto. Reconocí el pueblo, ni bien entramos muchos recuerdos pasaron por mi mente, antes de la pelea solíamos visitar muy seguido a mi abuela, nos llevábamos muy bien.
Cuando llegamos, la vi, sentada en el sillón de balcón, estaba muy demacrada. Sus cabellos blancos estaban ahora muy cortos y finos.  Sus arrugas se extendían mediante todo su cuerpo, hacia mucho que no la veía.
Descendimos en la puerta de su casa, tocamos el timbre y ella bajo, estaba totalmente sorprendida.  Nos saludó lo más bien, pero cundo paso mi padre su mirada se prendía fuego, nunca había visto semejante cara de odio. Pero no pudo hacer más que saludarlo.
Me echaron de la habitación y hablaron a solas mis padres y mi abuela, aproximadamente durante una hora. Aburrido de estar solo decidí salir, y los vi a los tres con los ojos llorosos.
Mis padres se levantaron de la mesa, se despidieron de mí y se marcharon diciendo que pronto volverían a buscarme.  Ellos nunca llegaron, pero aún tengo la esperanza de que eso suceda.




Autora: Sol López Marcomini 4° 1 T.M

La historia de mi vida, Judith

  Me había criado cerca de Munich. Era 1932 y mi país todavía sentía vergüenza de haber sido derrotado en la Guerra Mundial. Ese mismo año, los nazis llegaron al poder, prometiendo que tendríamos una mejor vida.
  Yo veía como todos en mi colegio estaban contentos con la llegada de este partido político, sin embargo en mi familia sucedía todo lo contrario. Despreciaban al nuevo gobierno, al punto que tuvimos que escapar de Alemania. En ese entonces, yo pensaba que era por eso que nos habíamos mudamos.
Habían pasado ya diez años desde que vivíamos en Praga. Tenía 16 años, era muy joven todavía pero podía ver que algo extraño estaba ocurriendo en las calles de mi ciudad. Varios amigos míos habían desaparecido sin saber donde estaban, al igual que mi madre. Cuando le preguntaba a mi padre que había pasado con toda esa gente que conocía lo único que sabía responderme, era que nunca los volvería a ver.
  Una tarde falté al colegio, junto con mi hermana menor, de doce años. Salimos a caminar por una plaza, cuando de repente vimos un camión. Enseguida le dije que se escondiera detrás de un edificio. Me acerqué a preguntar qué era lo que necesitaban y si los podía ayudar en algo, ya que me era raro ver ese tipo de cosas por el barrio. Su respuesta fue una pregunta, mi nombre y todos mis datos. Al negarme a dárselos me acorralaron y me apuntaron con un arma, por lo que se los tuve que decir. Luego de eso me sedaron y nunca más volví a ver a mis seres queridos.
  Al despertar estaba en un lugar, que no podía reconocer. En este había varias camas y muchas personas acostadas en ellas. Podría decir que estaban hechas como para quince ocupantes, pero había cincuenta recostados en cada una. No conocía a nadie, sin embargo una señorita de aproximadamente mi edad, se me acercó y me preguntó si me encontraba bien. Su nombre era Judith. No tenía una belleza inigualable pero me llamó mucho la atención. Ella me explicó donde estábamos, sin embargo yo no terminaba de comprender la situación.
  Había pasado una semana desde que había llegado a este espacio sin ninguna luz, mi única amiga era aquella joven que había conocido el día en el que llegué. Nuestros días eran siempre iguales, no cambiaban mucho. Nos despertaban temprano y prácticamente nos quedábamos encerrados en la barraca todo el día, excepto cuando teníamos que limpiar los pisos o alguna otra cosa. No teníamos permitido ducharnos todos los días, había un día en específico en el que nos llevaban.
  Con Judith por lo general nos sentábamos en el piso, cerca del lavabo y alejados de las camas diminutas, llenas de gente. Ella me  contaba sobre su vida, su familia y amigos, como llegó a allí y otras. Pude conocerla en algunos aspectos, y esos eran de mi agrado. Por mi lado, yo le contaba como había dejado a mi pequeña hermana sola y que temía por lo que le había pasado. También hablábamos de nuestro futuro, aunque no creíamos poder tener uno. Ella me decía que si lograba escapar recorrería el mundo junto a mí. Ese era nuestro sueño, que nunca pudimos cumplir.
  Un domingo nos llamaron para bañarnos, como los baños estaban divididos entre mujeres y varones nos tuvimos que separar. Al llegar mi turno de meterme debajo del agua, ésta estaba helada por lo que solo estuve allí unos segundos. Al salir del cuarto de las duchas vi que Judith estaba siendo golpeada por un hombre. Cuando vi esa imagen, automáticamente salí corriendo para ayudarla. Pero todo empeoró a partir de ese momento.
  Como intenté defender a una amiga, fui considerado peligroso y me encerraron a un cuarto para mí solo. Este no tenía ni cama, solo una ventana diminuta en la que apenas entraba luz. Aunque no me arrepentía de haber intentado ayudar a mi compañera, sí hubiera deseado que no me hubiese pasado nada.
  Dos veces al día, mi mejor amiga, me iba a visitar y hablábamos por mí el único lugar que podíamos, un hoyo en la pared. Cuando podía me llevaba comida y agua. A veces me contaba las cosas terribles que sucedían y como fueron desapareciendo algunos de nuestros conocidos. Ella estaba asustada, creía que en poco tiempo ya no estaría más con vida.
  Así habían pasado meses. Había empezado a tener sentimientos que iban más allá de una simple amistad con Judith. No estaba seguro si ella sentía lo mismo, de igual manera lo nuestro era imposible. Yo vivía encerrado en una habitación pequeña y ella con montones de personas. Nunca podría pasar nada.
  Luego de un tiempo, hubo varios días en los que la joven se ausentaba y no estaba conmigo. Esos días me preocupaba pero después ella volvía y todo estaba bien. Un día me contó que había conocido a un chico de su edad y que estaba enamorada. Eso me rompió el corazón pero no había nada que pudiera hacer. Ya estaba acostumbrado a la soledad.
  Judith se ausentó por semanas y ante la angustia de no verla logré escapar. Al salir de ese sombrío lugar en el que me encontraba, pude observar una persona tirada en el pasto. Al acercarme vi que ese era el cuerpo de mi amada, sin vida. Me quedé por unos instantes en estado de shock sin poder reaccionar y me prometí que tan pronto como pueda haría justicia por ella y por todas las muertes injustas. 

Indira Hojman Goren

Corrección:


  Me había criado cerca de Munich. Era 1932 y mi país todavía sentía vergüenza de haber sido derrotado en la Guerra Mundial. Ese mismo año, los nazis habían llegado al poder, prometiendo que tendríamos una mejor vida.
  En el colegio, al que asistía, todos manifestaban estar contentos, sin embargo en el seno de mi familia sucedía todo lo contrario.  Yo era muy joven todavía pero podía percibir que algo fuera de lo común y no muy bueno, estaba sucediendo en mi ciudad. Deje de ver a varios amigos, sin saber en donde estaban, habían desaparecido. Las veces que le pregunté a mi padre sobre lo ocurrido con toda esa gente, lo único que sabía responderme era, que nunca los volvería a ver.
Una tarde de otoño, junto con mi hermana menor nos ausentamos en el colegio, por lo que aprovechamos para dar un paseo. Al llegar a la plaza, nos sorprendió la presencia de un camión, sentí un fuerte temor y envié a mi hermana a esconderse. Respiré profundamente y me acerqué a preguntar qué era lo que sucedía y si los podía ayudar en algo. No era habitual la presencia de ese tipo de vehículo por mi barrio. La respuesta se transformó en una especie de interrogatorio, preguntaron por mi nombre y todos mis datos. Al negarme a ello, me acorralaron y apuntaron con un arma, hasta que finalmente accedí. Luego de eso, recuerdo solamente un pinchazo antes de desvanecerme, nunca más volví a ver a mis seres queridos.
  Al despertar estaba en un lugar, que no podía reconocer. Estaba repleto camas, si así pueden llamarse, una pegada a la otra y una sobre la otra, con muchas personas en ellas. Podría decir que había lugar para quince personas, pero eran cincuenta, conmigo cincuenta y uno. No conocía a nadie, sin embargo una chica, de aproximadamente mi edad, se acercó de forma muy amable e intentó consolarme. Su nombre era Judith, con mucha paciencia, me explicó donde estábamos, sin embargo yo no terminaba de comprender donde estaba, ni que sucedería.
Pasado una semana desde que había llegado a este espacio, sin luz alguna, mi única amiga era aquella joven que había conocido el día en el que llegué. Nuestros días eran siempre iguales, no cambiaban mucho. Nos despertaban temprano y prácticamente nos quedábamos encerrados en la barraca todo el día, excepto cuando teníamos que limpiar los pisos o alguna otra cosa. Eso no me molestaba tanto, pero no teníamos permitido ducharnos todos los días, había un día específico para ella. Eso era lo que más detestaba. 
  Con Judith por lo general nos sentábamos en el piso, cerca del lavabo y alejados de las camas diminutas, llenas de gente. Ella me contaba como era su vida antes de llegar a ese lugar, sobre su familia y sus amigos. Pude conocerla en muchos aspectos, y eso me daba tranquilidad. Por mi parte, le contaba como había dejado a mi pequeña hermana sola y que temía por lo que le hubiera pasado. También nos gustaba imaginar nuestro futuro, aunque temíamos no poder tener uno. Ella solía decir que si lográbamos escapar quería recorrer el mundo junto a mí. Ese era nuestro sueño compartido, la forma de escapar a nuestra realidad, aunque nunca lo pudimos cumplir.
  Un domingo nos llamaron a las duchas, como éramos muchas, ella fue en la primera tanda y yo quede esperando. Mi turno llegó mucho tiempo después, camino a las duchas, vi que Judith estaba siendo golpeada. Al ver esa situación, corrí e intenté ayudarla. Todo empeoró a partir de ese momento, fui considerada peligrosa y me encerraron en un cuarto aislada. No tenía cama y había una pequeña rendija por la que apenas entraba luz. 
  Dos veces al día, Judith, me iba a visitar y hablábamos por el único lugar posible, la hendidura. A veces me contaba las cosas terribles que seguían sucediendo y como fueron desapareciendo algunos de nuestros conocidos. Ella me contaba todo asustada, creía que en poco tiempo la llevarían a ella. Eso me hizo asustar y pensar en lo que sería de mi sin ella y sinceramente en aquel tiempo no podía imaginar mi vida sin mi amiga. 
  Pasaban los meses y con Judith nos comunicábamos como lo habíamos hecho desde el momento que fui encerrada. Ya no era solo mi amiga, sino que era mi hermana. Era como la hermana que había perdido el día que llegue a este espantoso lugar. Mi vida había perdido sentido para esa época, y Judith cada vez me visitaba menos. Tenía miedo que hubiese conocido a otra persona que la haga sentir mejor que yo. 
  Al cabo de unos días en los que Judith no daba rastros de vida, por fin me fue a visitar. Al instante que la vi supe que algo en ella había cambiado. Ella había encontrado el amor, ya no era la misma. Ahora soñaba con  irse de este lugar pero no conmigo, sino que con Tomas. Mi corazón paró al momento que escuche sus nuevos planes, estaba muy enojada y le dije cosas muy feas, como que no la quería volver a ver. Esa parte se la tomó literal y nunca más volvió. 
  Ya había pasado tiempo desde que estaba sola, nunca pude determinar el tiempo ya que no veía ni la luz del día. Mi furia aumentaba cada vez más y no solo con mi única amiga, sino que también con las personas que me habían puesto cautiva. Planeaba mis días, o noches, no estoy segura del momento en el que lo hacía, pero en fin, lo único en lo que pensaba además de la traición era en como salir de allí. Había pensado en escarbar un agujero en el suelo pero no tenía como. Luego se me ocurrió una magnifica idea, en el momento que me sacarán para que me castiguen, lucharía y correría. Así lo lograría. 
  Había llegado el día en el que me sacarían para torturarme y yo ya había ideado mi plan. En el momento que los guardias llegaron, dejé que me llevarán fuera del cuarto hasta el aire libre. Ver tanta luz fue algo hermoso y doloroso para mis ojos. El tiempo había llegado y tenía que pelear. Cuando intentaron meterme en otra habitación me negué y empece a lastimar a todo aquel que intentara herirme. La verdad es que aunque en aquel entonces pensaba que sola lo lograría no era así, sin la ayuda de Judith que apareció en el momento justo, nunca lo hubiese logrado. 
  Judith se quedó conmigo pidiéndome perdón mientras me ayudaba con los guardias. Lo que yo no sabía en ese momento es que luego de su sincera disculpa yo debería tomar una decisión que cambiaría todo. Mi amiga, mi hermana, logró distraer a todos los guardias dándome el lugar para huir mientras ella se quedaba presa en aquel lugar. Al momento de poder huir no pensé en las consecuencias y en lo que podría pasar a ella, en lo único que pensé fue en mi.
  Cuando ya estaba a unos cien metros de todos me dí cuenta que la persona que más apreciaba en el mundo no estaba conmigo y podía ver como estaba  siendo asesinada por las personas que debían matarme a mi.  Pensé en lo que ella hubiese querido y corrí. Al fin pude escapar. 
  Hoy en día intento ser feliz y hacer todo lo que Judith hubiera querido hacer. Me sigo lamentando de haberla dejado en ese espantoso lugar pero por algo pasó lo que pasó. 

Esperanza

En una mañana de domingo me desperté sobresaltado. Había tenido el mismo sueño de siempre. En este sueño siempre soñaba que encontraba a mi hermano o como hubiera sido mi vida con él.
Hace treinta y cuatro años atrás, cuando yo tenía once años, Argentina estaba en una época de miedo provocado por los militares que habían derrocado a la presidenta de ese momento. Aunque estábamos en un periodo de miedo y tristeza, mis padres me habían dicho que iba a tener un hermano y esta idea me había emocionado mucho, ya que siempre había querido tener un hermano.
Gracias a esto ya no estábamos tan tristes por la desaparición de un amigo muy cercano a nosotros llamado Pablo. Muchas veces se quedaba a cenar en nuestra casa, charlando con mis padres hasta muy tarde pero, de un día para otro, desapareció sin dejar rastros. Mis padres ya sabían que habían sido los militares pero no podían hacer nada, si no hubieran terminado igual. Pablo era escritor y cuando publicó una nota para un diario los militares lo fueron a buscar y no se lo volvió a ver nunca más. Era una época donde un amigo, familiar, compañero,  podía desaparecer de un día para otro. La libre expresión estaba prohibida por los dictadores, entonces, por ejemplo, si un escritor publicaba una nota en contra de los militares, como el caso de Pablo, lo desaparecían y lo mataban. Nosotros lo extrañábamos pero con la idea de un hermano para mi, estábamos menos tristes.
También después supe que se robaron muchos bebes de varias familias para luego llevarlos a una pareja de un militar y su esposa, o darlos en adopción. Desafortunadamente una de esas familias fue la nuestra.
Un día a la mañana llegó el momento esperado. Mi papá llevó a mi mamá al hospital para que naciera mi hermano y yo me había quedado al cuidado de mi abuelo Juan. Mis papás me habían dicho que iba a ser un varón. Como estaba muy emocionado con esto, me preguntaron qué nombre quería que tuviera mi hermano y yo les había dicho que me gustaba el nombre de Guillermo. Así que se decidió que de esa manera íbamos a llamar a mi hermano menor, que nunca pude conocer.
Ese día en el que mis papás fueron al hospital, yo fui a la escuela emocionado por conocer a Guillermo cuando volvieran. Cuando salí de la escuela, vi a mi abuelo que me estaba esperando. Al saludarlo, noté que tenía una cara de preocupación, entonces le pregunté porque estaba así y él me dijo que no tenía ninguna noticia de mis padres, que mi papá no lo  había llamado.
Cuando me lo dijo sentí  el presentimiento de que algo malo había pasado pero intentaba no darle mucha importancia a eso. Así que me quedé en mi cuarto haciendo la tarea y esperando a mis padres. Las horas pasaban, ellos no volvían y el abuelo estaba cada vez más preocupado, y yo ya estaba pensando en lo peor.
Yo seguía haciendo la tarea cuando de repente sonó el timbre. Salí corriendo de mi habitación, emocionado, pensando en que al final no les había pasado nada malo pero, al llegar a la puerta, toda esa alegría se fue. Era un señor que dijo ser un compañero de trabajo de mi padre, y que tenía que decirnos algo.
Mi abuelo, al ver la cara de preocupación del hombre se dio cuenta de que era importante lo que nos tenía que decir y lo dejó pasar. El hombre nos dijo que había visto que los militares habían secuestrado a mis padres. Nos dijo que estaba yendo al supermercado para comprar algo y había visto a mis padres en el auto, y  también había unos oficiales al lado que les estaban diciendo algo. De repente los hicieron salir, los agarraron y se los llevaron adentro del auto de ellos y se fueron.
Al escuchar esto mi abuelo y yo nos pusimos a llorar. De alguna manera ya presentíamos que los militares nos habían sacado para siempre a mis padres porque ya se sabía que el que desaparecía no iba a volver a aparecer nunca más, dejaba de existir. Pero eso no era lo único que me habían sacado. También me habían sacado la oportunidad de conocer a mi hermano menor, de vivir una vida con él.
Cuando me enteré de lo de mis padres intentaba olvidarme de Guillermo porque pensaba que no lo volvería a ver nunca más. Pero desde esa época empecé a tener el mismo sueño que hoy se había repetido y no me lo podía sacar de la cabeza.
 Yo seguía triste porque la dictadura me había arrebatado todo lo que más quería en el mundo, pero, unos años después un amigo me dijo que habían encontrado dos chicas que habían sido secuestradas durante la dictadura. De esta manera, supe que existía un grupo de abuelas que buscaban a los nietos desaparecidos. Entonces me acerqué a ellas para pedirles ayuda. Así empecé a tener la esperanza de encontrar a mi hermano.

Hay días en que pienso que nunca voy a volver a ver a Guillermo porque me parece imposible encontrarlo. Pero las abuelas de plaza de Mayo me devuelven esa esperanza cada vez que encuentran a un nieto desaparecido. Mi hermano podría ser el próximo. Por eso intento nunca perder la esperanza. 

Ariel Viñales 4to. 1ra.

La Felicidad

   Todavía recuerdo aquellos momentos en los que era feliz, o al menos eso creía, tenía solo 8 años y vivía con mis padres en la ciudad de Belfast en Gran Bretaña. Nuestra casa era muy pequeña, un solo ambiente con dos camas (una de una plaza y otra matrimonial), un baño, una mesa y tres sillas en malas condiciones. Lo cierto es que el tamaño de mi hogar no era ningún problema para mí, ya que mis padres sólo venían aproximadamente seis horas diarias, comíamos y se iban a dormir. Realmente los notaba cada vez más cansados, llegaban a mi casa exhaustos y yo no entendía muy bien el por qué.
   Hasta que llegó aquel momento que daría un giro completo a mi vida. Me levanté, fui a la iglesia, volví, me bañé y esperé a que llegaran mis padres.
   Cuando la puerta se abrió pude notar que mi padre no estaba nada bien, temblaba y se quejaba de un fuerte dolor muscular y de cabeza, no se podía mover. Con mi madre lo ayudamos a que se dé una ducha y descubrimos que tenía una especie de sarampión. Al ver esto fui corriendo a buscar a mi vecino, el viejo John que era bastante sabio. Cuando llegamos a mi casa mi padre estaba postrado en una cama sin moverse y diciendo delirios, en seguida el anciano supo detectar que se trataba de una enfermedad llamada tifus, producida por piojos y garrapatas, era realmente muy contagiosa por lo que nos recomendó mantenernos lo más alejados posible de mi padre.
   Mi madre agradeció a John que se retiró tranquilamente para regresar a su hogar. Cenamos patatas, ella no dijo ni una sola palabra, así que yo tampoco; al finalizar, recogí la mesa, lavé los platos y nos fuimos a dormir.
   A la mañana siguiente mi madre me despertó muy precipitadamente y me dijo que me cambiara rápido, a lo que obedecí con mucha prisa y sin decir una sola palabra. Ella abrió la puerta y me tomó de la mano para que fuera con ella, me despedí de mi padre con un saludo de lejos, pues no debía acercarme a él, que pobre seguía tumbado en su cama, inmóvil. Salimos y empezamos a caminar, yo no entendía lo que estaba pasando así que le pregunté a mi madre, por qué el apuro y hacia dónde íbamos, a lo que ella me contestó que estábamos yendo a su trabajo y que llegábamos tarde. A mí me entusiasmaba mucho la idea de acompañarla a trabajar, no sabía lo que me esperaba.
   Estábamos llegando y pude observar cómo salía mucho humo de un edificio gigante, a lo que mi madre llamaba “fábrica”. Entramos y había mucha gente con cara de cansada, inclusive niños de mi edad, gran cantidad de mujeres y muy poca de hombres, muchas personas estaban lastimadas porque las máquinas que usaban no estaban en buenas condiciones, había ratas correteando por todo el lugar que estaba muy sucio.
   Mi madre se puso frente a una máquina me dijo que la observe con atención y comenzó a trabajar, yo solo la miraba. Luego de aproximadamente diez minutos me dijo que repita lo que hizo ella en el aparato de al lado, y así los dos comenzamos a trabajar a ritmo, lo cual a mí me parecía muy divertido. Trabajamos mucho tiempo y sin parar, la verdad es que me estaba agotando mucho, jamás me había esforzado tanto, por eso me fui a sentar. Al instante mi madre se dio cuenta y me llamó para que siga con el trabajo, y así lo  hice.
  Por fin llegó la hora de volver a casa, me había divertido mucho trabajar con mamá pero también me cansó, por eso quería volver a mi rutina. Llegamos a casa, nos bañamos, comimos y nos fuimos a dormir. Papá seguía inmóvil y diciendo cosas sin sentido.
   Al otro día mi madre volvió a despertarme precipitadamente, me vestí, salimos y empezamos a caminar, pero ¿hacia dónde esta vez?, el camino era el mismo. Llegamos, era otra vez la fábrica. Así fueron pasando los días y me fui acostumbrando a trabajar mucho y dormir poco. Mi "felicidad" había llegado a su fin.
    Recuerdo que era una noche de martes, pasadas ya las tres semanas desde mi primer día laboral cuando llegamos a casa papá había dejado de delirar, había dejado de hablar, su corazón había dejado de latir, mi padre había fallecido. Fue para mi madre y para mí una angustia enorme, ella lloraba sin parar, pero yo trataba de mantenerme fuerte al menos delante de mi madre, debía protegerla.
  Al día siguiente en el trabajo mi mamá no paraba de llorar, estaba realmente muy mal, un hombre alto y fuerte vino a donde estábamos nosotros y le dijo algo al oído, me tomó por el brazo y me metió en un cuarto y cerró la puerta. Al mirar a mi alrededor (lo poco que podía ver, estaba muy oscuro) noté que varios de los que estaban ahí tenían mi edad, un muchacho me llamó y me dio una máquina en donde me puse a trabajar, empecé despacio y con muchísimo miedo, necesitaba a mi madre cerca. Por suerte vino la noche y pude verla, fuimos a casa y en el camino me explicó que tendría que trabajar allí todos los días, que sólo nos veríamos por la noche y los domingos a la tarde. Esto me impactó muchísimo y mi miedo crecía cada vez más, pero hice como si no me importara, con una falsa sonrisa. Cuando me fui a dormir realmente no podía pegar un ojo, no sabía que me esperaría.
    Así pasaron doce años, hoy tengo veinte años y fue un día clave en mi vida. Fui a trabajar como todos los días, pero no en el mismo horario que mamá, ella iba más temprano, trabajaba más horas. Cuando llegó el momento de irme una muchacha rellen de unos treinta años me vino a comunicar que mi madre había fallecido. Esta noticia me dolió por la pérdida, pero también me alegró porque la pobrecita ahora va a estar en un lugar mejor, no merecía esta vida, este sufrimiento, el dolor diario y el recuerdo de mi padre que cada vez la destrozaba más.
   Este acontecimiento me hizo querer cambiar mi destino, no quería morir en una fábrica explotado al igual que ella. Por eso fui a casa, tomé mis pocas pertenencias y caminé hacia el mar, donde zarpaban los barcos hacia otros países. Me colé entre un tumulto de gente y pude subir al barco, aunque me costó mucho despedirme de la tierra que me vio crecer debía hacerlo, necesito cambiar mi futuro para bien. Me senté en una mesa a escribir, ahora sólo tengo que esperar para hallar la verdadera felicidad…


                                                                          Camila Gómez