viernes, 4 de julio de 2014

La Felicidad

   Todavía recuerdo aquellos momentos en los que era feliz, o al menos eso creía, tenía solo 8 años y vivía con mis padres en la ciudad de Belfast en Gran Bretaña. Nuestra casa era muy pequeña, un solo ambiente con dos camas (una de una plaza y otra matrimonial), un baño, una mesa y tres sillas en malas condiciones. Lo cierto es que el tamaño de mi hogar no era ningún problema para mí, ya que mis padres sólo venían aproximadamente seis horas diarias, comíamos y se iban a dormir. Realmente los notaba cada vez más cansados, llegaban a mi casa exhaustos y yo no entendía muy bien el por qué.
   Hasta que llegó aquel momento que daría un giro completo a mi vida. Me levanté, fui a la iglesia, volví, me bañé y esperé a que llegaran mis padres.
   Cuando la puerta se abrió pude notar que mi padre no estaba nada bien, temblaba y se quejaba de un fuerte dolor muscular y de cabeza, no se podía mover. Con mi madre lo ayudamos a que se dé una ducha y descubrimos que tenía una especie de sarampión. Al ver esto fui corriendo a buscar a mi vecino, el viejo John que era bastante sabio. Cuando llegamos a mi casa mi padre estaba postrado en una cama sin moverse y diciendo delirios, en seguida el anciano supo detectar que se trataba de una enfermedad llamada tifus, producida por piojos y garrapatas, era realmente muy contagiosa por lo que nos recomendó mantenernos lo más alejados posible de mi padre.
   Mi madre agradeció a John que se retiró tranquilamente para regresar a su hogar. Cenamos patatas, ella no dijo ni una sola palabra, así que yo tampoco; al finalizar, recogí la mesa, lavé los platos y nos fuimos a dormir.
   A la mañana siguiente mi madre me despertó muy precipitadamente y me dijo que me cambiara rápido, a lo que obedecí con mucha prisa y sin decir una sola palabra. Ella abrió la puerta y me tomó de la mano para que fuera con ella, me despedí de mi padre con un saludo de lejos, pues no debía acercarme a él, que pobre seguía tumbado en su cama, inmóvil. Salimos y empezamos a caminar, yo no entendía lo que estaba pasando así que le pregunté a mi madre, por qué el apuro y hacia dónde íbamos, a lo que ella me contestó que estábamos yendo a su trabajo y que llegábamos tarde. A mí me entusiasmaba mucho la idea de acompañarla a trabajar, no sabía lo que me esperaba.
   Estábamos llegando y pude observar cómo salía mucho humo de un edificio gigante, a lo que mi madre llamaba “fábrica”. Entramos y había mucha gente con cara de cansada, inclusive niños de mi edad, gran cantidad de mujeres y muy poca de hombres, muchas personas estaban lastimadas porque las máquinas que usaban no estaban en buenas condiciones, había ratas correteando por todo el lugar que estaba muy sucio.
   Mi madre se puso frente a una máquina me dijo que la observe con atención y comenzó a trabajar, yo solo la miraba. Luego de aproximadamente diez minutos me dijo que repita lo que hizo ella en el aparato de al lado, y así los dos comenzamos a trabajar a ritmo, lo cual a mí me parecía muy divertido. Trabajamos mucho tiempo y sin parar, la verdad es que me estaba agotando mucho, jamás me había esforzado tanto, por eso me fui a sentar. Al instante mi madre se dio cuenta y me llamó para que siga con el trabajo, y así lo  hice.
  Por fin llegó la hora de volver a casa, me había divertido mucho trabajar con mamá pero también me cansó, por eso quería volver a mi rutina. Llegamos a casa, nos bañamos, comimos y nos fuimos a dormir. Papá seguía inmóvil y diciendo cosas sin sentido.
   Al otro día mi madre volvió a despertarme precipitadamente, me vestí, salimos y empezamos a caminar, pero ¿hacia dónde esta vez?, el camino era el mismo. Llegamos, era otra vez la fábrica. Así fueron pasando los días y me fui acostumbrando a trabajar mucho y dormir poco. Mi "felicidad" había llegado a su fin.
    Recuerdo que era una noche de martes, pasadas ya las tres semanas desde mi primer día laboral cuando llegamos a casa papá había dejado de delirar, había dejado de hablar, su corazón había dejado de latir, mi padre había fallecido. Fue para mi madre y para mí una angustia enorme, ella lloraba sin parar, pero yo trataba de mantenerme fuerte al menos delante de mi madre, debía protegerla.
  Al día siguiente en el trabajo mi mamá no paraba de llorar, estaba realmente muy mal, un hombre alto y fuerte vino a donde estábamos nosotros y le dijo algo al oído, me tomó por el brazo y me metió en un cuarto y cerró la puerta. Al mirar a mi alrededor (lo poco que podía ver, estaba muy oscuro) noté que varios de los que estaban ahí tenían mi edad, un muchacho me llamó y me dio una máquina en donde me puse a trabajar, empecé despacio y con muchísimo miedo, necesitaba a mi madre cerca. Por suerte vino la noche y pude verla, fuimos a casa y en el camino me explicó que tendría que trabajar allí todos los días, que sólo nos veríamos por la noche y los domingos a la tarde. Esto me impactó muchísimo y mi miedo crecía cada vez más, pero hice como si no me importara, con una falsa sonrisa. Cuando me fui a dormir realmente no podía pegar un ojo, no sabía que me esperaría.
    Así pasaron doce años, hoy tengo veinte años y fue un día clave en mi vida. Fui a trabajar como todos los días, pero no en el mismo horario que mamá, ella iba más temprano, trabajaba más horas. Cuando llegó el momento de irme una muchacha rellen de unos treinta años me vino a comunicar que mi madre había fallecido. Esta noticia me dolió por la pérdida, pero también me alegró porque la pobrecita ahora va a estar en un lugar mejor, no merecía esta vida, este sufrimiento, el dolor diario y el recuerdo de mi padre que cada vez la destrozaba más.
   Este acontecimiento me hizo querer cambiar mi destino, no quería morir en una fábrica explotado al igual que ella. Por eso fui a casa, tomé mis pocas pertenencias y caminé hacia el mar, donde zarpaban los barcos hacia otros países. Me colé entre un tumulto de gente y pude subir al barco, aunque me costó mucho despedirme de la tierra que me vio crecer debía hacerlo, necesito cambiar mi futuro para bien. Me senté en una mesa a escribir, ahora sólo tengo que esperar para hallar la verdadera felicidad…


                                                                          Camila Gómez


  

1 comentario:

  1. Camila: si bien elaborás una historia que se puede seguir con facilidad, pues se plantea con sencillez, le falta trabajo para convertirla en un cuento, en una narración ficcional. Parecería que tomaste algunos datos de la época e insertaste un personaje para mostrarla; entonces, la protagonista y lo que le sucede responde más a dar cuenta del manual de historia que a una producción personal con intenciones estéticas. Repensar qué le propone este texto al lector, cómo lo involucra y qué quiere provocarle mientras lo lee. Sin tensión ni búsqueda estética, la historia no logra conmover ni sorprender al lector.
    Rever construcción de párrafos, vocabulario (escaso y repetitivo), algunos tiempos verbales ypuntuación.
    Nota: 5

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