viernes, 4 de julio de 2014

El Muro

Un techo despedazado le daba la bienvenida a Johann. Él yacía en su cama, recién se despertaba. Por un instante no recordaba quién era ni lo que había vivido. Como una bomba, todos sus recuerdos volvieron a su memoria: el día en que el muro fue anunciado, las carta que recibía de su hermana rogándole que cruzara el muro antes de que fuese completado, las interminables protestas de aquellos que se negaban a aceptar semejante barbaridad. Todo. Por más que deseara regresar al acogedor hogar del lado occidental, no podía abandonar el lugar donde se encontraba ahora. Él era uno de los pocos doctores que decidieron quedarse para atender a las personas que diariamente trataban de escalar la gran pared y recibían heridas por tratar de desafiar a la ley. Abandonarlos ahora era una sentencia de muerte segura.

Cada día, hombres heridos llegaban a su clínica con la esperanza de ser curados sin ser descubiertos por soldados o policías. Johann corría el riesgo de ser acusado como traidor, pero simplemente no podía ignorarlos. Aquellas personas desesperadas por escapar de la hambruna y pobreza intentaban cruzar la imponente muralla durante la noche, pensando que en la oscuridad serían invisibles para los ojos militares. Lo que no podían imaginar eran los obstáculos que se encontraban más allá: torres de vigilancia, campos minados y miles de patrullas. Los más valientes hacían su mejor esfuerzo por llegar al otro lado. Los sobrevivientes, en cambio, retrocedían y volvían a la miseria en la que vivían con tal de no perder su vida. Johann se encargaba de atender a sus heridas, cualquier daño que fuese y sin hacer preguntas. Huesos rotos, extremidades mutiladas, él lo había visto todo. Y aun así, no dudaba ni un solo momento en ayudarlos.
La vida detrás del muro no era fácil. Había poca comida y la ciudad parecía deshabitada. De vez en cuando recibía cartas de su familia, preguntando cómo se encontraba y si había alguna manera de que él pudiera cruzar el muro legalmente. Johann no podía mentirles, pero debía hacerlo para su propia seguridad: no había duda de que todas las cartas eran abiertas y leídas por la policía  antes de ser enviadas. Si él insultaba al gobierno o daba indicios de ideas de rebelión, por más sutil que fuese,  seria encarcelado al instante.

Una noche entraron a su clínica dos hombre, uno bastante joven y otro mayor, de alrededor de unos 40 años. El muchacho rodeaba con un brazo al adulto, tratando de sostenerlo y hacerlo caminar. Al parecer, tenía una gran herida en su brazo izquierdo. Johann hizo que se acostara sobre la camilla más cercana y ordenó a uno de sus escasos ayudantes que trajera sus herramientas quirúrgicas. Examinó la herida con cautela, revisando toda la extremidad. Al terminar con la inspección, Johann levantó su mirada y notó que el acompañante no se había movido de su lugar. Estaba allí, en un rincón de la sala, temblando y observando con pánico al hombre que yacía en la camilla. Johann se acercó a él, y calmadamente le pidió que esperara fuera de la sala. El muchacho caminó lentamente hacia la puerta por la que había ingresado y salió de la sala de operación. Johann entonces comenzó a coser la herida con cuidado. El paciente estaba inconsciente, pero respiraba, demostrando que aún estaba vivo. El dolor y pérdida de sangre debían haber agotado al pobre hombre. La herida parecía haber sido causada por un alambre: era un corte que iba desde su hombro hasta el codo, los bordes eran irregulares, probablemente causados por un alambre puntiagudo. No había duda, los dos hombres habían tratado de cruzar el muro. Sin perder más tiempo, Johann comenzó a coser la herida. Acostumbrado a ver este tipo de lesiones, no le tomo más que 20 minutos. Una vez terminada la operación, salió de la sala para hablar con el joven muchacho que acompañaba al herido. Este se sobresaltó al verlo, y antes de que pudiera decir una sola frase, Johann lo detuvo. “La herida no es grave, pero sigue inconsciente. Mañana por la tarde ya debería estar despierto, aunque será más seguro si salen de la clínica por la noche”. El joven dio un suspiro de alivio al no tener que explicar la complicada situación en la que se encontraba. Entró entonces a la sala donde se encontraba el hombre, y allí se quedó durante toda la noche.

Al día siguiente, Johann encontró a su más reciente paciente despierto, hablando con el joven muchacho.
Los ojos cansados del hombre notaron la presencia del doctor, y este se acercó a él. “Tengo una propuesta para usted. El muro es imposible de escalar, esto lo sabemos por propia experiencia” dijo, dando una breve mirada a su brazo cubierto de gazas. “Pero nos han dicho de un túnel que va desde aquí hacia el otro lado” continuó, con esperanza en su voz. “Queremos que venga con nosotros. No hay futuro en esta parte de Alemania, y necesitaremos a alguien con experiencia en primeros auxilios”. Johann no sabía qué contestarle. No era la primera vez que le ofrecían escapar, pero nunca antes había escuchado la posibilidad de huir utilizando un túnel. Parecía un escape mucho más seguro que tratar lo imposible sobre la muralla. Pensó en la gente que todavía habitaba por la zona, pensó en el futuro y en la familia que lo esperaba del otro lado.  Habían pasado 20 años desde que el muro había sido erguido, y parecía que dividiría Alemania por toda una eternidad. Contempló la idea de quedarse, la idea de cumplir con su deber de doctor, pero el miedo que residía dentro de él ganó. Aceptó la oferta del hombre y comenzó a prepararse para escapar de una vez por todas.

Llegada la noche, Johann salió de la clínica junto a sus acompañantes. La entrada del túnel se encontraba escondida en el sótano de una casa abandonada. Ellos no serían los únicos en fugarse, otras personas tenían planeado huir esa misma noche. Al llegar, entraron hacia el túnel. No había nadie allí, los demás ya estaban avanzando por el túnel. Empezaron a caminar, sin mirar atrás. Caminaron por horas y horas, hasta que en un momento escucharon pasos que se acercaban hacia ellos. Se cruzaron con cuatro personas que corrían hacia la entrada, gritándoles a ellos que volvieran. En ese mismo instante, se oyeron los pasos pesados de lo que parecía ser todo un batallón. Lo peor había pasado, el túnel fue encontrado del otro lado. Toda la esperanza que Johann aun tenía fue destruida en segundos, al mismo tiempo en que un soldado le apuntaba un rifle. Él ya no podría ver a su familia, a su hermana, la otra mitad del mundo que no estaba sumergida en la miseria. Y sobre todo, no podría ver el muro caer, aquel muro que por tantos años atormentó la vida de tantas personas.

Camila Camaño 4to 1ra

1 comentario:

  1. Camila: planteás una idea sencilla y clara, bien hilvanada a medida que avanza; sin embargo, queda pendiente que logres poner en juego recursos propios de la ficción para hacer de esta narración un cuento. algunos hechos no resultan poco creíbles; por ejemplo, los heridos con "Huesos rotos, extremidades mutiladas," atendidos clandestinamente, arriesgan también la vida del doctor, pero nunca son descubiertos. ¿Cómo ocultar la causa de semejante estado y de quién viene la ayuda?
    Rever puntuación, construcción de algunas oraciones y preposiciones; repeticiones y uso de conectores lógicos.
    Nota: 7

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