Ezra, fue el nombre elegido para el niño. Creció en una casa en el centro de la ciudad. Había cinco cuartos, uno designado a Ezra, otro de sus padres, los demás eran habitaciones de invitados y dos baños. El hogar era descomunalmente amplio para una familia tan pequeña. Él pasaba gran parte del tiempo en un colegio de jornada completa y cuando volvía a su casa pasaba gran parte de la tarde solo.
Años después lo que había sido una ciudad tranquila fue reemplazada por oleadas de problemas. Las calles estaban vigiladas por dos o tres policías por cuadra. Cuando se caminaba por estas las personas no levantaban la mirada. Solo se enfocaban en sus pasos. La plaza, dónde siempre había gente, se encontraba desolada, muchos de los árboles habían sido reemplazados por un gran estadio con una enorme bandera completamente roja con un círculo blanco y un símbolo en el. La verdad es que muchos de los espacios públicos habían sido reformados. Supuse que ese gran cambio afecto a tantas personas que no pudieron ver aquel espacio natural, y muchos otros, de la misma manera.
Un día, María y Juan retiraron a Ezra del colegio unas horas antes de su salida. Pasearon por aquella plaza, hasta llegar a un gran edificio mientras el sol se retiraba lentamente hacia el este. Este mismo era blanco, ancho y con dos grandes puertas. Al entrar se cruzaron con un gran salón, repleto de sillas y cuadros perfectamente alineados. Ezra observó cada cuadro como si entendiera todo lo que significaban mientras sus padres hablaban con dos hombres robustos, que al parecer, no le llamaron la atención. En un instante se detuvieron los cuatro a mirarlo, él se acerco y escuchó a uno de los musculosos hombres agradecer y felicitar a los padres, asegurándolos de que tendrían grandes beneficios dentro de su trabajo en recompensa de su entrega. Ezra sintió una mano pesada pasar por su hombro. Un escalofrío recorrió por su cuerpo y se estremeció, mientras veía a sus padres alejarse de él.
Camila Carballido
Corrección:
Años después lo que había sido una ciudad tranquila fue reemplazada por oleadas de problemas. Las calles estaban vigiladas por dos o tres policías por cuadra. Cuando se caminaba por estas las personas no levantaban la mirada. Solo se enfocaban en sus pasos. La plaza, dónde siempre había gente, se encontraba desolada, muchos de los árboles habían sido reemplazados por un gran estadio con una enorme bandera completamente roja con un círculo blanco y un símbolo en el. La verdad es que muchos de los espacios públicos habían sido reformados. Supuse que ese gran cambio afecto a tantas personas que no pudieron ver aquel espacio natural, y muchos otros, de la misma manera.
Una tarde María tardó horas en llegar a su casa después del trabajo, ya que primero iría al supermercado. Cuando entró se vio inmersa en una situación fastidiosa tanto para ella como para los presentes. Un hombre, de mediana edad, y tez morena se encontraba comprando. Algunos de los espectadores se vieron horrorizados, y otros, en cambio, como María no sabían si se horrorizaban más por el coraje de aquel sujeto de ir a comprar como si fuese uno más, o, por lo que pasó después. Un grupo de militares irrumpió el supermercado y castigo a aquel individuo a latigazos. María a pesar de la violenta situación se sintió protegida. Este sentimiento se hizo tan profundo que creció su admiración por aquellos militares. Al llegar a su casa, cuando encontró a su hijo mirando televisión, se sintió realmente incómoda.
Corrección:
Varios años atrás una
pareja tomó una gran decisión. Esta nació una tarde en la que Maria y Juan
paseaban por su ciudad, Berlín. Se encontraban en una plaza inmensa. Pasaron
por un camino de arbustos, el que los conducía a la salida de aquella plaza
acompañado del sonido del cantar de los pájaros. Esas habituales caminatas
duraban horas, aunque realizaban siempre el mismo recorrido, el paisaje seguía
siendo admirable. El aroma a flores que se inspiraba por dentro y alrededor de
ese lugar era reconfortante. Uno no podía pasar por allí sin quedarse un rato
inspirando el dulce olor. Era un espacio que disfrutaban tanto adultos como
chicos que correteaban, tan simpáticos, que provocaban que uno sintiera
nostalgia por no poder unirse a sus juegos y no ser chicos una vez más. La
pareja al acabar su trayecto pasó frente uno de los grandes centros de adopción
de la ciudad. La entrada era estrecha, ya que un gran ventanal ocupaba gran
parte del frente del establecimiento. Uno podía ver bebés durmiendo en pequeñas
cunas o, los que eran mayores, jugando. No sé si fue un impulso, o una decisión
premeditada, pero Maria tras varios minutos de observar entró.
Ezra, fue el nombre elegido para su bebé, el que criaron como si
fuese propio. Creció en una casa en el centro de la ciudad. Había cinco
cuartos, uno designado a Ezra, otro de sus padres, los demás eran habitaciones
de invitados y dos baños. El hogar era descomunalmente amplio para una familia
tan pequeña. Él tenía entre dos o tres niñeras cada día. A medida que
fue creciendo se fue ocupando mejor de sí mismo y pudo convencer a
sus papás de que no necesitaba tanto la atención de ellas, hasta llegar a que
las despidieran. Él pasaba gran parte del tiempo en un colegio de jornada
completa y cuando volvía a su casa pasaba lo que quedaba de la tarde
solo.
Años después lo que había sido una ciudad tranquila fue reemplazada por oleadas de problemas. Las calles estaban vigiladas por dos o tres policías por cuadra. Cuando se caminaba por estas las personas no levantaban la mirada. Solo se enfocaban en sus pasos. La plaza, dónde siempre había gente, se encontraba desolada, muchos de los árboles habían sido reemplazados por un gran estadio con una enorme bandera completamente roja con un círculo blanco y un símbolo en el. La verdad es que muchos de los espacios públicos habían sido reformados. Supuse que ese gran cambio afecto a tantas personas que no pudieron ver aquel espacio natural, y muchos otros, de la misma manera.
Una tarde María tardó horas en llegar a su casa después del trabajo, ya que primero iría al supermercado. Cuando entró se vio inmersa en una situación fastidiosa tanto para ella como para los presentes. Un hombre, de mediana edad, y tez morena se encontraba comprando. Algunos de los espectadores se vieron horrorizados, y otros, en cambio, como María no sabían si se horrorizaban más por el coraje de aquel sujeto de ir a comprar como si fuese uno más, o, por lo que pasó después. Un grupo de militares irrumpió el supermercado y castigo a aquel individuo a latigazos. María a pesar de la violenta situación se sintió protegida. Este sentimiento se hizo tan profundo que creció su admiración por aquellos militares. Al llegar a su casa, cuando encontró a su hijo mirando televisión, se sintió realmente incómoda.
Este tipo de situaciones las presenció tantas
y tantas veces, algunas acompañadas de su esposo, hasta sentirse dispuesta a
tomar la decisión que creía correcta.
Un día, María y Juan retiraron a Ezra del colegio unas horas antes de su salida. Pasearon por aquella plaza, hasta llegar a un gran edificio mientras el sol se retiraba lentamente hacia el este. Este mismo era blanco, ancho y con dos grandes puertas. Al entrar se cruzaron con un gran salón, repleto de sillas y cuadros perfectamente alineados. Entre otros detalles, lo típico que uno ve cuando entra a una oficina. Sus padres hablaban con dos hombres robustos, que al parecer, no le llamaron la atención a Ezra, o no tanto como los cuadros de aquella secretaría. En un instante se detuvieron los cuatro a mirarlo, él se acerco y escuchó a uno de los musculosos hombres agradecer y felicitar a los padres, entregando un gran sobre marrón. Ezra sintió una mano pesada pasar por su hombro. Un escalofrío recorrió por su cuerpo y se estremeció, mientras veía a sus padres alejarse de él.
Un día, María y Juan retiraron a Ezra del colegio unas horas antes de su salida. Pasearon por aquella plaza, hasta llegar a un gran edificio mientras el sol se retiraba lentamente hacia el este. Este mismo era blanco, ancho y con dos grandes puertas. Al entrar se cruzaron con un gran salón, repleto de sillas y cuadros perfectamente alineados. Entre otros detalles, lo típico que uno ve cuando entra a una oficina. Sus padres hablaban con dos hombres robustos, que al parecer, no le llamaron la atención a Ezra, o no tanto como los cuadros de aquella secretaría. En un instante se detuvieron los cuatro a mirarlo, él se acerco y escuchó a uno de los musculosos hombres agradecer y felicitar a los padres, entregando un gran sobre marrón. Ezra sintió una mano pesada pasar por su hombro. Un escalofrío recorrió por su cuerpo y se estremeció, mientras veía a sus padres alejarse de él.
Aquel dinero pudo satisfacer el gran
deseo de María y Juan, un viaje al exterior en sus vacaciones.
Camila: si yo no hubiera conversado previamente con vos sobre la idea de este escrito, no sabría qué se cuenta exactamente. Hay una clara decisión de atraer al lector a una lectura que no le da todo "masticado", sino que le propone intervenir reponiendo la información que falta. A pesar de este mérito, retaceás demasiado porque se sobreentiende información que no se puede reponer por contexto. ¿Cómo identificar el nazismo si solo aludís a "una oleada de problemas"? ¿Qué dato le permite al lector reconocer que el niño es judío? ¿Es suficiente con el título para entender que es adoptado? ¿Cuál sería la justificación lógica para el desapego brusco con que se comportan los padres? Así podría seguir enumerando, pero descuidás la construcción de la época y el clima en que están inmersos los personajes. El resultado es un producto confuso, por momentos incomprensible.
ResponderBorrarTenés entre manos la posibilidad de hacer un cuento excelente. Ojalá quieras reescribirlo.
Nota: 5